Pietro.
Debía darle una cambio radical a mi vida. Como decía Gigi, debía de comenzar a fijarme en las sardinas. Bueno, en las sardinas, no, no estaba tan desesperado por encontrar una mujer con la que compartir mi vida, pero estaba saturado del ambiente de superficialidad que me rodeaba todos los días, y quién sabe, igual en el fondo marino encontraba allí alla donna de la mia vitta.
Siempre me habían gustado los restaurante caros, las boutiques de alta costura y ocupar mi palco en el Teatro de la Pergolla, pero lo hacía porque era lo que había hecho durante toda mi vida y porque se suponía que era lo qué debía hacer. Nunca había tenido la oportunidad de escoger. Y no, no me puedo quejar, ni soy un desagradecido porque he sido un niño y un joven muy afortunado por todos los lujos y caprichos que me han dado mis padres; pero hay algo que hace que me sienta vacío y es un vacío que quiero llenar. Quizás lo que necesite es empezar a ayudar a los demás y dejar de pensar sólo en mí.
—Antonella, por favor, ¿podría venir un momento? —En medio de todos esos pensamientos, decidí no divagar tanto y llevar mi plan a la acción.
—Buenos días, Sr. Di Angelo, ¿en qué puedo ayudarle? —Me preguntó mi secretaría como si le irritase venir en mi ayuda. Antonella era un poco como el dr. Jekyll y mister Hyde. Siempre tenía ese semblante duro y frío como el acero, pero era la mujer más buena que había conocido. Todo el mundo la temía, pero yo sabía que esa imagen tan arisca que proyectaba, era el escudo que ponía para que la gente la respetase y no le hiciese daño. Además, no se llegaba a ser la mano derecha del director de una empresa siendo la madre Teresa de Calcuta.
—Antonella, quiero colaborar con una ONG —dije entusiasmado como si acabase de descubrir la bombilla y estuviese a punto de iluminar el universo.
Ella me miró con aborrecimiento.
—Pietro, ya colaboramos en una decena de ONGs donando una gran cantidad de dinero —me explicó con desgana. —Ya sabes, hay que desgravar.
—Si, bueno —se me había olvidado pero no iba a reconocerlo abiertamente. —Pero quiero hacerlo de un modo más directo. No me interesa GreenPeace ni Save the children ni ninguna de esas ONGs a gran escala, quiero una organización local que trabaje para la gente del pueblo.
Antonella empezaba a mostrar interés por lo que estaba diciendo.
—Siempre que vengo de camino al trabajo, me fijo en el cartel de un local muy modesto que se llama “Buscadores de sonrisas”. Siempre me llama la atención las fotos que cuelgan en la cristalera, porque suelen ser fotos de niños y ancianos compartiendo actividades y en ellas, todos parecen extremadamente felices.
—Suena muy interesante, ¿podrías llamarlos y pedirles información?
—Pietro, no quiero que pienses que te lo digo con maldad, pero creo que si lo que buscas es trabajar con una ONG de un modo más directo, deberías empezar por llamar tú y ser tú quien pidiese esa información —me espetó Antonella totalmente maternal.
—Tienes razón, voy a hacerlo, pero por favor, dame los datos de contacto. —Ella tenía toda la razón pero para algo era mi secretaría.
—Sí, ahora mismo. —Me miró como si su jefe fuese un vago redomado.
—Y estoy pensando que igual podía colaborar con algún comedor social. Existen en Florencia, ¿no? —Me daba un poco de vergüenza admitirlo, pero no sabía si eso de los comedores sociales eran algo que sólo veía en las películas americanas de temática navideña.
—Pietro, —Antonella cuando se ponía en plan maternal me llamaba por mi nombre —lo que abunda es gente que necesita que alguien les dé algo de comer.
—Vale, pues por favor, proporcióname los datos y llamaré —remarqué el verbo llamar —para informarme.
Antonella sonrió. Parecía satisfecha.
—¿Necesita algo más?
—No, de momento es todo.
Y ese mismo día en el que decidí que mi vida tenía que cambiar, recibí una llamada inesperada que estaba seguro de que me iba a ayudar a poner mi plan en funcionamiento.
—¿Cómo? —pregunté con asombro al otro lado del teléfono.
—Sí, el médico dice que debemos llevar una vida más relajada si queremos tener un bebé y hemos decidido tomarnos un par de meses sabáticos. Es que entre su trabajo y la clínica, estamos todos el día corriendo como pollos sin cabeza y apenas podemos disfrutar de estar juntos.
—Pues me parece una excelente idea y me alegra muchísimo que hayáis elegido Florencia como destino —dije con total sinceridad. Había estado enamorado de Gigi pero había sido lo suficientemente inteligente y sensato como para poder asimilar que entre nosotros sólo podía existir una amistad. Y realmente, me alegraba poder tener a dos amigos cerca.
—Sí, quizás no sea muy realista creer que en estos dos meses Gigi pueda quedarse embarazada porque eso es algo que no se puede calcular, pero seguro que nos viene de maravilla poder pasar más tiempo juntos. Estoy casado con ella y la echo de menos, es ridículo —pronunció Noah con amargura.
—A veces nos dejamos absorber tanto por nuestros trabajos que nos olvidamos de que tenemos una vida, y lo peor, es que dejamos de disfrutarla y de vivirla; pero por suerte, habéis parado a tiempo y tenéis la oportunidad de volver a tomar las riendas.
—Gracias, tío —me agradeció a modo de despedida.
—Gracias a ti, Noah. Quizás no lo creas pero me hace muy feliz tenerte como amigo.
—Lo mismo digo.
Algo me decía que mi plan de cambio iba por muy buen camino y estaba tan deseoso de ponerme en marcha, que aquella misma tarde, me fui directamente del trabajo a uno de esos comedores sociales.
Y a medida que me acercaba me sentí totalmente ridículo. Estaba en uno de los barrios más humildes de Florencia enfundado en un traje de Armani, oliendo a un perfume de los caros y con un reloj que costaba una cifra con demasiados ceros.
Cuando llegué a la dirección exacta, la vergüenza y un cierto sentimiento de culpabilidad me frenaron. ¿Qué hacía allí?, ¿quién iba a querer que alguien con mi aspecto le diese de comer? Si parecía el enemigo de los sin techo. Daba tanta grima en aquel lugar, que yo mismo me escupiría la comida.
Estaba a punto de salir huyendo, cuando me choqué con alguien sin saber qué tipo de ser humano era.
—Perdone, estaba distraído —me disculpé mientras revisé que mi traje de diseño estaba intacto y comprobé que mi cartera y mi reloj seguían estando en su sitio. Me odié por tener tantos prejuicios y creer que un choque fortuito en un lugar como ese, sólo podía ser a causa de un robo.
—Sí, yo también, ha sido culpa mía —pronunció una voz femenina.
Cuando levanté la mirada vi a una chica rubia con una bonita melena rizada, que llevaba un chándal y una mochila a sus espaldas. Me quedé embobada mirándola, hasta que ella, con sus palabras me hizo salir del pequeño trance en el que estaba.
—Ha sido un choque encantador, pero disculpa, tengo que ir a trabajar —dijo señalando el comedor social.
—¿Usted trabaja aquí? —pregunté asombrado. Aquello parecía una señal del cielo o del caprichoso destino.
—Bueno… —dudo —sí, es una historia muy larga, pero sí —respondió incómoda.
—Pues yo ahora mismo me disponía a entrar porque quiero colaborar.
—¿Con esa pinta? —preguntó sorprendida.
—Eh, bueno, es que acabo de salir del trabajo y no me ha dado tiempo a cambiarme.
—Pues si no te preocupa manchar ese carísimo traje de Armani, tu ayuda será bienvenida.
¿Cómo sabía aquella chica de qué marca era mi traje? Con ese chándal de mercadillo no parecía de esas mujeres locas por la ropa de diseño. Su acierto habrá sido una mera casualidad, me dije extrañado.
Dentro del comedor me quise morir. La chica rubia me presentó al encargado, pero confieso que no escuché su nombre porque el ambiente que me rodeaba me había sobrecogido de tal manera que me encontraba en estado de shock.
—¿Se encuentra usted bien? —me preguntó un hombre que me sacaba dos cuerpos y con rasgos orientales, sacando de mi ensimismamiento.
—Sí, perdone, es que todo es demasiado… —no encontraba las palabras exactas para describir lo que estaba viendo.
—¿Abrumador? —me ayudó a encontrar la palabra que no encontraba.
—Sí, exacto.
—Abrumador, pero real. ¿Cómo se llama? Fiorella me ha dicho que nos quería ayudar —dijo señalando a la chica rubia de melena leonina que me había topado en la entrada.
—Eh, Pietro —seguía un poco aturdido.
—Pues venga, hay mucho trabajo por hacer. Ponte un delantal y encárgate de servir la comida. ¿Podrás hacerlo?
—Si, por supuesto. —¿Por quién me habían tomado?
Intenté recuperar la compostura mientras me ataba el delantal que acababa de darme Fiorella, me coloqué detrás de las fuentes y cucharón en mano, me puse a servir puré de patata, carne en salsa y menestra de verduras.
Todas las personas que pasaban con su planto por aquella fila, eran extremadamente amables conmigo y me daban las gracias con una amplia sonrisa. Admire su entereza. Si estuviese en su situación, estaría enfadado con el mundo y con la vida y probablemente no fuese capaz de sonreír frente a un plato de comida.
Y entre cuchara y cuchara, notaba como la chica rubia de chándal pasado de moda, no me quitaba los ojos de encima y no pude evitar esbozar una ligera sonrisa. Quizás ella era mi sardinilla.
—Eh, te gusta la rubia, ¿verdad? —me dijo cómplice y en voz baja, un pobre hombre menudo, de barba blanca, al que apenas le quedaban dientes.
—Bueno, no la conozco pero es muy guapa —le respondí también con complicidad.
—Pues no olvide que la rubia es desdeñosa y la morena cariñosa —pronunció como si estuviese dotado de una gran sabiduría y me estuviese premiando con sus conocimientos.
—Nunca había oído ese refrán.
—Pues en este caso creo que el refranero es acertado.
No me parecieron más que los desvaríos de un viejo loco, e independientemente, de la rubia, del viejo y de mi indumentaria que estaba fuera de un lugar, durante un instante, sentí que estaba en el sitio exacto en el que debía estar.
Miss Smile.
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