Cris
Habían pasado cinco días desde mi pequeño accidente, y nadie en la asociación se había creído que me había presentado al “pseudo” ataque al director de “Diangelo Creazioni”. Estaba segura que detrás de todo esto estaba Renata, la segunda mandamás de la asociación (o al menos era lo que ella se creía, ¡qué ilusa!). Nunca le había caído bien, desde que Carlo se interesó por mí, ella me había declarado la guerra. ¡Pero mira que era tonta la pobre! Si yo pasaba del ababol(1)de Carlo. Ellos se conocían de antes y él nunca se había interesado por ella y no era de extrañar, Renata tenía una cara muy complicada y para rematarla, era alérgica al agua y olía peor que una mofeta.
Pero volviendo a mi problema inicial, tenía que hacer algo al respecto. No me gustaba ese tipo de desconfianza por parte de mis compañeros. Era entrar en una habitación y todos empezaban a mirarme y cuchichear. ¿Por qué no iban de cara y me decían lo que realmente pensaban?, ¿no iban de ciudadanos dignos, defendiendo todas las injusticias del mundo mundial? Tenía que hacer algo, tomar las riendas y encauzar mi vida. Cada vez me sentía menos integrada y no me apasionaba nada de lo que estábamos haciendo en la asociación. Así que, me armé de calor y me fui a buscar a Carlo para hablar seriamente con él.
— Carlo, ¿tienes un minuto? — le pregunté en cuanto entre en su cuchitril llamado despacho.
— ¿Qué te pasa ahora, Cris? — dijo con pesadez. Era evidente que no tenía ni el más mínimo interés en saber qué quería contarle.
— A mí nada, pero estoy empezando a hartarme de que todo el mundo hable a mis espaldas y nadie venga de frente. ¿Qué problema hay? —Yo no le debía nada a aquel hombre y no iba a consentir que me tratase como un perdonavidas al que le debía un favor. Él debería sentirse honrado porque gente como yo, aseada y con visión de futuro, quisiese formar parte de su cutre asociación.
— Creo que esta conversación ya la tuvimos y ya te dije que no pasaba nada, si tú me dices que te presentaste el día del ataque, yo no tengo porque dudar de tú palabra, pero hay gente en el grupo que sí lo hace y yo no puedo convencerles de lo contrario—dijo con desgana. Estaba claro que no me iba a dar el premio a la activista del año.
— ¡Hombre, por fin! ¿quiénes son, si se puede saber? —Merecía saber quiénes eran esos impresentables para poder enfrentarme a ellos. Les iba a obligar a decirme las cosas a la cara. ¡Panda de cobardes!
— Cris, no empieces, vamos a dejar el temita y pensar en la próxima actuación. ¿Estás interesada en participar? — Me preguntó como si fuese el mismísimo Mesías a punto de concederle la oportunidad de redimirse a la oveja descarriada.
— ¡Por supuesto! La duda ofende, y ¿en qué consiste? —Esperaba que hubiese sonado creíble porque sinceramente no estaba nada motivada y si no salía huyendo de allí era porque no sabía qué hacer con mi vida y no tenía el valor de volver a casa como una fracasada.
—Tendrías que terminar o bien empezar el ataque al director de “Diangelo Creazioni” —Carlo me estaba dejando claro que no confiaba en mi palabra.
— Jodo, ¿seguimos con esa empresa? Pero si estuve investigando y no utilizan pieles de animales en peligro de extinción. —Y era verdad. Hasta lo que yo había podido averiguar, eran completamente legales y todo lo “respetuosos” con el medio ambiente que puede ser una empresa que trabajaba con pieles de animales. Además, temía volver a encontrarme con aquellos ojos azules, pero eso era que algo que a Carlo no le interesaba saber.
Después de una agria discusión, en la que mi supuesto jefe salió ganando con sus argumentos veganos y su cruda descripción del sufrimiento animal, tomé la decisión de llevar a cabo el ataque. Sería el último y después, tenía que ser valiente y romper toda relación con esa Asociación en la que no creía. Tenía ya veintiséis años, la vida se iba pasando y aunque mis ideales eran muy loables, tenía que empezar a luchar por ellos desde otra perspectiva. El activismo de perroflauta antisistema no iba mucho conmigo. Quería ayudar a la gente pero no a base de atacar a los demás. Buscaría un trabajo a ser posible relacionado con ayudar o colaborar con personas más desfavorecidas desde el pacifismo y el sentido común. Tenía la carrera de Bellas Artes y podía dar clases a niños, adultos o personas de la tercera edad para sacar unos eurillos. Y además, tenía que empezar a buscar un nuevo lugar donde vivir. Lo que no podía hacer era volver a España.
Se avecinaban grandes cambios, pero antes de nada, tenía que cerrar mi colaboración con “Animali di Difesa” para salir por la puerta grande y la cosa pintaba muy mal. En esta ocasión, tenía que llevar a cabo la protesta yo sola, según indicaciones de Carlo, con el fin de limpiar mi nombre y que todo el mundo recuperase su confianza en mí. Estaba obligada a demostrar mi grado de implicación y lealtad actuando sola. En aquel asunto percibí la implicación de Renata. Su hedor estaba por todas partes. ¡Qué ganas tenía de no volver a ver su picasiana cara!.
Las directrices eran las mismas que la vez anterior. Lanzar pintura a cualquier propiedad del director el Sr. Pietro Diangelo. Les daba igual si era un edificio, un coche, una moto o incluso lanzarla sobre su persona. ¡Cómo si con eso fuésemos a ayudar a los animalitos indefensos! Aquello iba a acabar mal y ya me veía durmiendo en la cárcel y la verdad, no me apetecía nada; aunque pensándolo bien, seguro que la cama era mucho más cómoda y limpia que la que tenía en la actualidad.
Una semana después me dirigía a «Diangelo Creazioni» con un plan en marcha y muy pocas ganas, ninguna, de llevarlo a término. Me había pasado tres días vigilando todos los movimientos del Sr. Pietro Diangelo alias “ojazos azules”. Cada día, sobre las ocho y media de la mañana llegaba con su cochazo a las oficinas. No entendía nada de coches, pero ese tenía pinta de ser muy caro. Era enorme, de color azul oscuro, con cuatro circulitos tanto en la parte delantera como en la trasera y además en la parte de atrás se veía también la letra A y un siete al lado. En un principio había pensado lanzar pintura blanca sobre el coche, pero tuve que cambiar de plan, ya que la huida del lugar del crimen, se complicaba y me podían coger con facilidad, así que pase al plan B. Consistía en entrar al parking de la empresa y actuar desde allí dentro. Ya había comprobado los tiempos y entre que un coche entraba al parking y se bajaba la puerta, tenía unos cinco minutos para entrar y salir sin ser vista. Lo había cronometrado personalmente el día anterior ya que había entrado al parking a escondidas como una auténtica ladrona para hacer un reconocimiento del terreno.
Tenía localizada la plaza del coche del hombre con los ojos del color del mar y con un spray naranja, tenía pensado dejarle una maravillosa obra de arte, en las puertas.
Sobre las siete y media de la mañana llegaba Francesca, la asistente personal del jefazo, en ese momento entraría y me escondería a esperar a que llegase mí objetivo y después ¡a pintar se había dicho!
Lo tenía todo calculado. Nada podía fallar. Vestida de negro de pies a cabeza, me escondí cerca del parking sin ser vista para poder colarme. Miré el reloj, faltaban cinco minutos para las siete y media por lo que Francesca estaba a punto de llegar. A lo lejos divisé un coche, ¡tenía que ser ella! A medida que se fue acercando, pude comprobar que en esta ocasión, se había adelantado el jefazo y no había ni rastro de Francesca. No pasaba nada, ¡qué más daba si ojos cerúleos llegaba antes! Podía entrar igual, así que mi plan seguía en marcha.
Con los nervios a flor de piel, esperé pacientemente a que se abriese la puerta del parking y que ojazos azules entrase. Una vez dentro el coche, corrí rauda y veloz y me colé sin problemas. Ahora tenía que llegar hasta mi escondite, unos contenedores de basura que estaban en uno de los laterales del parking. Por suerte, el Sr. Pietro estaba atendiendo una llamada de teléfono, estaba bastante enfadado y no paraba de gesticular con acaloramiento. Aproveché la ocasión para esconderme sin dificultad.
Después de casi quince minutos y con un enfado considerable, salió del coche para dirigirse a su oficina. ¡Pobrecito! Hoy iba a tener un día complicado y yo iba a contribuir a ello.
Cinco minutos después, me coloqué el pasamontañas. Me horrorizaba porque me hacía sentir una auténtica delincuente pero tenía que mantener en secreto mi identidad. Me deslicé sigilosamente hacia el coche que iba ser mi lienzo. La plaza de parking del director estaba aislada de todas las demás justo al lado del ascensor, tanto en la parte delantera como en ambos lados había pared, con lo que decidí empezar a plasmar mi arte rupestre por el lado del copiloto, ya que era el que estaba más alejado del ascensor. Me coloqué al resguardo de la pared ya que en esa posición, era imposible ser vista. Una vez delante de mi objetivo y escondida por si alguien se le ocurría aparecer, saqué el spray y empecé con mi tarea: un animalito por aquí, un insulto por allá,… Estaba dejando el coche la mar de mono, nunca mejor dicho, cuando el ascensor empezó a bajar, al mismo tiempo que un coche entraba por el parking. Pude mirar sin ser vista y descubrí que el coche que entraba era el de Francesca. ¡Mira por donde, hoy llegaba tarde!. Me agaché y me escondí entre la pared y la puerta del copiloto, y de pronto, escuché unos pasos que salían del ascensor y se acercaban.
— Bongiorno Francesca — ¡Oh no! Era la voz del jefazo y se acercaba al coche. Accionó el mando a distancia para abrirlo. Intenté mantener la calma, me empezaron a sudar las manos y mi corazón comenzó a latir desbocado. Tenía que serenarme para no delatar mi presencia.
— Bongiorno Sr. Diangelo, ¿ha pasado algo?, es aún muy pronto para que Usted esté aquí — Esta vez era Francesca la que hablaba. ¡Venga! Menos cháchara y subir a la oficina, supliqué yo para mis adentros.
En ese momento, miré al suelo y vi que algo se movía, ¡Redioss! ¡Qué no fuese una cucaracha! Me aterraban, era tal la fobia que les tenía que una de dos, o me quedaba paralizada o bien empezaba a gritar como una loca. Crucé los dedos para que fuese cualquier otro insecto o animalito. Pero Dios no estaba de mi parte y antes de gritar como una posesa, acerqué mi mano para amortiguar el grito, con tan mala fortuna, que no me acordé de que en esa mano llevaba uno de los sprays, que acabé soltando produciendo un estruendo espantoso.
—¿Hay alguien ahí? — preguntó mis Adonis de ojos celestiales.
—Ha sonado al lado de su coche — dijo Francesca la perspicaz.
Aguanté la respiración. No tenía escapatoria. Sólo me quedaba esconderme y rezar para que ocurriese un milagro y no ser descubierta. Escuche pasos y una puerta que se abría cuando ¡zas!, todo se volvió tan negro como la puñetera cucaracha que me había delatado.
— ¡Santa Madonna!, un vándalo … — oí que gritaban — Sácale el gorro a ver quién es…— continuaban gritando. Mi cabeza no paraba de dar vueltas y no conseguía centrarme.
— Es una ragazza — dijo ahora una voz femenina.
Intentaba centrarme. No sabía dónde estaba. Sólo era consciente de que tenía un terrible dolor de cabeza y notaba como mi frente palpitaba. Intenté abrir los ojos, pero el dolor aún era peor, acerqué mi mano a mi frente y sentí un bulto prominente. ¡De golpe todo me vino a la mente!, ¡Oh, oh, Houston tenemos un problema!.
Noté como alguien se acercaba y me quitaba el pasamontaña.
— ¡La loca de la basura! — gritó indignado el jefazo.
—¿Cris, eres tú? — La encantadora secretaría parecía entre sorprendida y decepcionada.
Abrí los ojos dejando de lado el dolor que me provocaba, para encararme con el “ojazos azules”.
—¿La loca de la basura?, será gilipollas el tío — grité toda enojada pensando que esas palabras se estaban quedando guardadas en mi pensamiento.
—¿Se puede saber qué hacías… — No pudo terminar la frase. Mirando su coche se quedó abducido por mi obra de arte. No podía articular palabra, era un claro caso de “Síndrome de Stendhal”, estaba maravillado con mi trabajo, hasta que empezó a ponerse rojo. Aunque tampoco estaba muy segura de que mi percepción fuese la acertada. Estaba en estado de shock y bajo los síntomas de un traumatismo craneoencefálico.
— ¡Tú! ¿Se puede saber que has hecho en mi coche?, ¿estás loca?, te voy a denunciar. — No paraba de gritar “el ojazos azules”.
Estaba metida en problemas y muy serios. Sin poder evitarlo, se me anegaron los ojos y empecé a moquear, todo se me vino encima y ahora tenía que asumir las consecuencias.
— ¡Prego, Sr. Diangelo! — intercedió Francesca, que me miraba sorprendida — Cris, ¿por qué? — me preguntó con su dulce voz, lo que me acabo de desarmar y ya no pude contener el llanto.
— ¡Llame a la policía, Francesca! — dijo el Sr. Diangelo — Ya se encargarán ellos de esta loca delincuente.
— Un momento, per favore, deje que la chica se explique — dijo dirigiéndose hacia mí.
— Yo… no… quería …— No podía hablar, el llanto no me dejaba hablar. Francesca se acercó y me rodeo con sus brazos y en ese momento deje a mis emociones vagar libremente.
—¿Francesca, qué hace?, no abrace a la loca — le increpó el desalmado jefe.
—Deje que me ocupe yo, esta piccolina, tiene problemas — pronunció con gran dulzura y yo me aferré a los brazos de mi salvadora.
— Eso ya lo sé o sino mire mi coche, ¡esto no puede quedar así!
— Sr. Pietro, nunca le he pedido nada, ¡prego!, no llame a la policía, seguro que lo podemos arreglar sin que ellos intervengan — Francesca intercedió por mí — Está asustada, pero estoy segura de que lo podemos arreglar, ¿verdad Cris? — dijo dirigiéndose hacia mí y yo solo tuve que asentir con mi cabeza.
— ¡Está bien, Francesca!, lo hago por usted y confío en que todo se resuelva rápidamente — le dijo a su asistente — En cuanto a ti, espero por tu bien, que aproveches esta oportunidad y no defraudes a Francesca. Y te agradecería que no volvieses a cruzarte en mi camino. Eres un saco de problemas — pronunció con el tono cambiado y con una seriedad abrumadora. Me sentí la mujer más miserable del mundo.
Y sí, su perdón y su benevolencia me ofrecían una oportunidad que no podía dejar escapar. Se habían acabado los ataques, la asociación, Carlo y Renata, me dije mientras me abrazaba con fuerza a mi ángel de la guarda. Una nueva Cris estaba a punto de resurgir de entre la basura y los sprays de pintura. Aquello era un punto y final.
- (1) Tonto
Miss Smile.
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